sexta-feira, 19 de março de 2010

Amable Colaborador
Frank González
Director y Orador do site: La Voz de Esperança

Si Dios nos diera una casa nueva o un automóvil de lujo, nos sentiríamos muy complacidos. Pero el regalo podría ser destruido por el fuego, o ponerse viejo y desvencijado en poco tiempo. Así sucede con las cosas materiales. Por eso Jesús nos dejó un consejo muy sabio: "No acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y los ladrones socavan y roban" (S. Mateo 6: 19 NRV).
El regalo que Dios se deleita en concedernos, es algo que nunca envejecerá; al contrario, a medida que pasa el tiempo se vuelve más y más precioso. Bien sabemos que las cosas más preciosas del mundo son las que no se pueden ver ni tocar. Pongamos por ejemplo el amor. Es invisible e intangible, pero muy sólido, ya que es lo que hace que la vida sea atractiva, digna de vivirla. Ese es el tipo de regalo precioso y duradero que nos concede nuestro Padre.
Hay, sin embargo, un don, uno de los más preciosos regalos divinos que, al igual que el amor, no lo podemos medir con un metro, ni pesar en una balanza, ni computar en un banco. Es un don que llega a nosotros cada semana. Es el séptimo día, el santo día de reposo establecido por Dios. El cuarto mandamiento de la sagrada Ley de Dios dice:
"Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna... Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó" (Éxodo 20: 8-11). El día de reposo bíblico (que equivale al sábado de nuestra semana), es un refugio contra el cansancio y las tensiones propias del mundo apresurado en que vivimos; un verdadero santuario en el tiempo. Un santuario es un refugio, un bienvenido rincón de seguridad. Algunas comunidades establecen santuarios para las aves. En esos espacios las aves pueden estar seguras, porque ningún cazador les va a disparar, ni siquiera los niños les tiran piedras con sus hondas. Pero el séptimo día de Dios es un santuario que no está hecho de piedra o ladrillo, aunque es mucho más hermoso y permanente que la catedral más majestuosa del mundo. Este "santuario" es un día de gozo y luz, un bálsamo que cura las dolencias que producen la tristeza y las dificultades de este mundo.
Es como un oasis en un desierto ardiente. Es como escalar un alto monte hasta remontarse sobre la niebla, el aire sucio y el polvo del valle y allí, en la cumbre donde el aire es limpio y transparente, ver la Tierra Prometida que Dios ha preparado para nosotros.
Mucho nos complace anunciar que la afamada Pacific Press ha decidido publicar el libro EL SÉPTIMO DÍA, una obra de nuestra autoría dedicada a explorar las glorias y delicias de este precioso regalo de Dios a la humanidad. Es nuestro propósito adquirir suficientes copias del mismo como para ponerlo al alcance de todo radioescucha y televidente que desee un ejemplar. ¿Podemos contar con su ayuda en este proyecto de amor?
Será un verdadero gozo para nosotros hacerle llegar a usted, amable colaborador, uno o más ejemplares de El Séptimo Día como muestra de nuestra gratitud por su ofrenda mensual a La Voz de la Esperanza.
¿Sabe algo? En estos tiempos de recesión, nosotros, aquí en La Voz, agradecemos más que nunca las ofrendas que nos dirigen nuestros socios en la fe. Y, conforme a ello, estamos orando por usted, querido benefactor, con más frecuencia y más fervor que nunca para que Dios le recompense su bondad hacia este humilde ministerio que Dios usa poderosamente para la salvación de incontables almas.
Con todo nuestro aprecio y gratitud en Jesús,
Frank González
Director y Orador
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